Los indios Pemón creían que Roraima era el tronco cortado de un árbol colosal que contenía todas las frutas del mundo, pero que había caído y desencadenado terribles inundaciones al chocar contra el suelo. El nombre significa simplemente “montaña verde”.
Sabemos que eso no es cierto (espero), pero eso no significa que su historia no sea igual de interesante. Con más de 2.000 millones de años, esta formación rocosa es una de las más antiguas del planeta. Sus rocas ni siquiera contienen fósiles, porque datan de la época en la que nuestro planeta sólo estaba habitado por organismos microscópicos.
Muchas especies de animales y plantas que habitan la casi inaccesible cima del monte Roraima han permanecido tan aisladas del resto del mundo que algunos evolucionaron por su cuenta. El 35% de las especies que habitan el monte Roraima no pueden encontrarse en ningún otro lugar del planeta y algunas de esas especies llevan viviendo millones de años en el tepuy sin apenas haber cambiado. Especialmente importantes en este sentido son algunas especies endémicas de helechos, cigarras, ranas, artrópodos y plantas carnívoras.
Una de las características de las cimas de los tepuy es que, debido a su altura, el clima sobre ellas es frío y húmedo. Las lluvias constantes barren toda, o casi toda, la tierra fértil de la cima de la meseta, dejando al descubierto el lecho rocoso. Sin tierra que proporcione agarre y nutrientes, tan sólo algunos arbustos y algas son capaces de proliferar en algún rincón especialmente propicio entre las rocas. Durante la historia del monte Roraima, el resto de plantas que necesitaba una cantidad mayor de nutrientes para sobrevivir tuvieron que ingeniárselas para sacar el alimento de otro sitio. Y ahí es donde han triunfado las plantas carnívoras. La evolución las ha tuneado para que sean capaces de sacar los nutrientes del aire, concretamente de la gran cantidad de insectos que pueblan la montaña.
El otro caso curioso de adaptación a la vida en la cima del Monte Roraima es el de las ranas. Al contrario que la gran mayoría de ranas (las que conocemos los ciudadanos de a pie, al menos), las especies endémicas del monte Roraima no pueden saltar ni nadar.
Como no les queda más remedio que caminar por encima de las piedras, la evolución ha dotado sus dedos de unas ventosas muy pegajosas para que tengan buen agarre mientras se mueven entre las rocas resbaladizas y desnudas de la meseta. Además, tienen un curioso mecanismo de defensa: cuando se sienten amenazadas, se acurrucan en una bola y escapan rodando. ¿Quién quiere saltar pudiendo hacerse una bola? La verdad es que el mundo sería un lugar mejor (o, al menos, más gracioso) si más animales y algunas personas adoptaran esta técnica.
Pero el pasado de este animal nos revela un detalle mucho más interesante que su presente. Resulta que, genéticamente, las ranas negras de Roraima están más emparentadas con las ranas africanas que con cualquier otra rana del continente americano. ¿Pero cómo puede ser que una especie de rana que ni siquiera se puede encontrar en las planicies que hay bajo la meseta en la que viva tenga familiares al otro lado del Atlántico? Pues porque, hace millones de años los continentes estaban en una configuración diferente a la actual, en la que Sudamérica y África estuvieron en su día unidos en una misma masa de tierra.
Por eso el caso de estas ranas es tan particular: son animales que gradualmente quedaron atrapados en la cima de una meseta cada vez más aislada mientras los continentes se alejaban entre sí durante millones de años y que, aún hoy en día, se cree que conservan su aspecto original prácticamente intacto debido a su falta de evolución. Es por eso que estos animales tienen un gran valor científico, ya que estudiando estos fósiles vivientes podemos aprender más sobre los procesos evolutivos y entender mejor el pasado de nuestro planeta.
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